sábado, 8 de septiembre de 2007

La ignorancia médica.

En una de esas maravillosas "Ferias Internacionales del Libro" que se realizaban en el Palacio de la Minería en la Ciudad de México descubrí, en el stand del Colegio de México, un estupendo libro del Dr. Ruy Pérez Tamayo "Notas sobre la ignorancia médica". En varios artículos hacía una amplia explicación sobre un tema ineludible: el médico por necesidad es ignorante. El cuerpo del conocimiento en esta área es lo suficientemente inmenso que, incluso, su fragmentación en las múltiples especialidades y subespecialidades es insuficiente para reducirlo a un campo abarcable. Por otra parte, aún asumiendo que alguien lograse por un momento poseer todo el conocimiento disponible al día siguiente se vería nuevamente rebasado por las numerosas publicaciones mundiales sobre el tema. Y, peor aún, el conocimiento mundial que tenemos sobre el cuerpo humano y sus enfermedades es aún bastante limitado para entender por completo al menos algunos de las patologías que no aquejan. Tenemos que asumir, entonces, que el médico por más preparado que se encuentre ignora muchas cosas de su especialidad.
¿Como entonces esperar que sea infalible?. Por supuesto, no hay que esperarlo. La medicina es una ciencia humana y como tanto perfectible. Llena de errores en nuestra práctica diaria que, desafortunadamente, causas efectos, en muchos casos irreversibles, en los pacientes que atendemos.
Y esto crea una cruel paradoja: hemos escogido una carrera profesional basada en nuestra vocación por ayudar a la gente. Tenemos pacientes que se acercan confiando en que nosotros les ayudaremos (la confianza ante la conciencia) y algo falla y pasa todo lo contrario.
¿Como puede un médico convivir con esto?. En primer lugar creo que tenemos que asumir sin espacio a duda esta falibilidad. Saber que en cada punción que demos en la subclavia estaremos pasando a milímetros del pulmón y que algún día lo tocaremos. Que cada catéter que llevamos al corazón podrá dañarlo irremediablemente. Y que en cada rosa que regalamos podemos dar también un pinchazo.
Segundo, tenemos que trabajar para ser cada día mejores. Que por cada pneumotórax causado pongamos el mayor número de marcapasos posibles; que cada iatrogenia se vea retribuida por muchos pacientes atendidos, algunos aliviados y al menos otro salvado. Que el error no nos haga más pequeños o menos médicos sino todo lo contrario.
Y, ¿que hacer con esta tristeza cuando nos sucede uno de estos casos? , creo que queda poco por hacer, solo el padre Cronos nos aliviará un poco y no queda más que dejarle que haga su labor. Existen solo dos tipos de médicos: los que han logrado apagar sus sentimientos y los que trabajan con ellos. Si hemos decidido ser de los segundos habremos de sufrir algunas veces con nuestros pacientes y por ellos.